06 marzo, 2007

No recuerdo como era la habitación del portugués.
Era grande,
si lo miras bien.
Me gustaría que estuvieras aquí de nuevo.
No voy a decir que la vida no es lo mismo desde que tú, bla, bla,
y tampoco voy a hablar de mi alma ni de tu presencia.
Simplemente desearía que estuvieras aquí,
tumbada en la cama,
no es para nada en especial.
Solo tú,
tumbada en la cama
con tu camisón,
y yo me sentaría,
en esta misma silla,
en la que ahora estoy sentado.

No quiero pasarme todo el día mirándote,
descubriendo el marfil en la alegría de la postura química de tus piernas,
en el reflejo, en la sombra, en tu textura, en el gesto.
No voy descontarle a Dios el segundo que nos estamos quemando, mirándonos
para poder perdernos en el infierno,
nosotros solos, huyendo de nosotros mismos.

No voy a hacer nada de eso.

Es posible que yo me asomara a la ventana para ver el mar,
solo el mar y la inmensidad.
Miraría a la gente pasear por la playa, gente corriente:
mujeres gordas con las carnes prietas flotando de la mano de hombres rudos y sin pasamontañas, pescadores enjutos y vendedores de poliester, niños jugando con la arena gris del supermercado, pensadores buscando estrellas en el mar, parejas de enamorados en barcas inchables, socorristas profesionales ligando con policías municipales,
una ola grande que llega después de siete olas chicas y después un barco,
la estela que deja un avión al pasar.

Un cielo azul sin más.