10 julio, 2022

Creo que hay algo pequeño y hermoso en todo lo que hago. Algo que no está viciado por el utilitarismo y la oportunidad. Continuamente nos hacen creer que podríamos estar viviendo una experiencia más auténtica en un lugar más exótico con gente más guapa pero no es verdad. No necesitamos ser mejores, ya no necesitamos esforzarnos más. Todo lo que le quitamos al mundo lo utilizamos para alimentar al agujero, y el agujero es una pelota de grasa e impotencia que construimos en la creencia de que algún día reventará entre un océano de felicidad púrpura y láminas de mazapán.
Y creemos que nuestras ausencia tiene un sentido, que nuestro esfuerzo es el precio por la grandeza, que nuestro destino está escrito en las estrellas, hermano.
Nos hacemos viejos entre monedas de hielo, pensando rápido y acumulando déficit, nos volvemos astutos y rencorosos esperando nuestra oportunidad adquirimos habilidades sociales prestadas a magos telemáticos, y sacamos a bailar al monstruo por el decorado etílico monotemático de la noche eterna mientras sonreímos cómo sonríen los idiotas delante de él Huracán.
Por eso y por todo lo demás yo dejo que las cosas se atrapen a si mismas en su propia inercia. 
No tengo ninguna prisa:
cada segundo que le arranco a la histeria 
de la normalidad es un triunfo y lo cuido 
como una estrella de nieve del último glaciar de Montblanc.
Y cuento todas y cada una de nuestras sonrisas, 
todas y cada una de nuestras palabras.
Y cuando estoy perdido y solo 
y la noche se retuerce en el vórtice de su propia necesidad.
Pienso que únicamente si logramos permanecer unidos conseguiremos ser la fuerza que pueda romper la tendencia que sostiene el núcleo de acero de la hiperrealidad.


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